choliseo. El coliseo José Miguel Agrelot (alias “don Cholito”). (Etimología: fusión de Cholito + coliseo).
hemicirco. Espacio central del salón de sesiones de la Cámara de Representantes y del Senado de Puerto Rico (Etimología: fusión de hemiciclo + circo).
pivazo. Voto mixto en la elección de 2004, por el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) y el candidato a gobernador del Partido Popular Democrático (PPD). (Etimología: fusión de PIP + pava, símbolo del PPD + sufijo –azo).
Hace poco me pasaron un artículo sobre la voz “pelín” en España. No provenía de ninguna publicación científica de lingüística, sino de la embarazosamente seductora revista española ¡Hola!, dedicada principalmente a cotilleos de farándula y realeza. El autor, Antonio Burgos, cuenta que un militar español daba instrucciones para maniobrar con un carro: “Un pelín más a la izquierda... No, tanto no; un pelín más a la derecha ahora... Otro pelín más”. Estaba allí presente -increíble coincidencia- un militar puertorriqueño, que cándidamente preguntó: “Mi capitán, nunca he oído esa medida. ¿A cuántos centímetros equivale el pelín?”. Después de reír, el capitán contestó: “Hombre, equivale según las circunstancias. El pelín puede medir dos centímetros, tres palmos, tres milímetros o una micra... Todo depende de otro elemento tecnológico español, imprescindible para el cálculo del pelín: el ojo del buen cubero”. El pelín puede medir distancias (“un pelín más acá”), temperaturas (“un pelín frío”), sabores (“un pelín salado”), en fin, casi cualquier asunto medible. Y esto me consta, porque en España escuché innumerables mediciones hechas con el “pelín”.
Las recientes noticias sobre el reverendo Rodolfo Font me hicieron pensar enseguida en mi colega y amiga, la lingüista Doris Borrero Montalvo. Ella dedicó su tesis de maestría presentada al Programa Graduado de Lingüística de la U. P. R. en mayo de 2005 a un análisis crítico del discurso del reverendo Font en la Iglesia Fuente de Agua Viva.
Hace dos semanas hablábamos de las “colocaciones”, esas combinaciones frecuentes de palabras, como crítico acérrimo, fumador empedernido o error garrafal. Decíamos que en el diccionario mental, estas palabras son libres de combinarse con otras posibilidades (por ejemplo: crítico tenaz, fumador obstinado o error grave). Sin embargo, la comunidad de habla va prefiriendo unas combinaciones sobre otras, y repitiéndolas con mayor frecuencia. Aunque conocer estas combinaciones refleja pertenencia a una comunidad lingüística, un agudo lector me hizo esta acertada observación: es labor del escritor creativo romper estas combinaciones automáticas o explotarlas conscientemente, a su favor. (¡Ya ven que mi creatividad ha quedado en tela de juicio, con dos colocaciones en la oración anterior!).
¿Sabían que al hablar a veces no somos completamente libres? Sí, a menudo combinamos ciertas palabras con otras sin decidirlo deliberadamente. Aunque podríamos combinarlas con otras posibilidades, elegimos una palabra con mayor frecuencia que las demás.
Por ejemplo, ¿quién resiste las ganas de decir que un gran éxito es un éxito rotundo, que un no definitivo es no rotundo y que dos cosas completamente opuestas están opuestas diametralmente? Estas combinaciones resultan particularmente atractivas al hablante, quien las prefiere ante otras combinaciones posibles y sinónimas que ofrece la lengua. Compárense éxito rotundo, no rotundo y opuestas diametralmente con gran éxito, no definitivo y completamente opuestas, y admitiremos que los componentes del primer grupo resultan más magnéticos entre sí que los del segundo grupo.