1. ¿Conoces a Nicolás? Sí, le conozco.
2. A ellos nunca les he visto bailar.
3. ¿Has visto mi llavero? Creo que le vi en el escritorio.
4. A ella le invitaron a la fiesta.
Qué raras estas oraciones, ¿no? Resultan extrañas a nuestros oídos puertorriqueños, pero para un oído castellano (de la región de Castilla, España, especialmente en el centro y noroccidente) serían muy familiares. De esto se trata la variación regional, de las particularidades que distinguen a las diferentes regiones que hablan español.
Estas oraciones son ejemplo del fenómeno llamado “leísmo”. Se trata del uso de “le(s)” en vez de “lo(s)” o “la(s)” como pronombre para referirse al complemento directo de la oración. Hay distintos tipos de leísmo, con distintos niveles de frecuencia.
El primer caso es el más frecuente. De hecho, el Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD), nuestra fuente más actual y confiable para resolver dudas del idioma, nos informa que por “su extensión entre hablantes cultos y escritores de prestigio, se admite el uso de 'le' en lugar de 'lo' en función de complemento directo cuando el referente es una persona de sexo masculino”. En nuestro ejemplo, ese complemento directo de persona, masculino y singular es "Nicolás". EL DPD nos ofrece otro ejemplo: "Tu padre no era feliz. [...] Nunca le vi alegre" (Torrente Ballester, Filomeno [España, 1988]).
El segundo caso –el uso de "les" por "los", en plural– es menos frecuente y el DPD desaconseja su uso.
El tercer caso es particularmente curioso, porque ilustra el uso de "le" para referirse a algo inanimado, es decir, a una cosa, que en nuestro ejemplo es "el llavero". Sobre este uso, el DPD es tajante: "El leísmo no se admite de ningún modo en la norma culta cuando el referente es inanimado". Nos ofrece los siguientes ejemplos: “El libro que me prestaste le leí de un tirón”; “Los informes me les mandas cuando puedas”.
El DPD tampoco recomienda el uso del cuarto ejemplo: el “le” cuando el referente es una mujer: “Le consideran estúpida”.
Para los puertorriqueños, lo interesante no es saber si estos usos se aconsejan o no, pues no ocurren en nuestro español y, por lo tanto, no presentan duda. De hecho, nuestro uso en estos casos se ajusta perfectamente a la norma culta del español estándar: "¿Conoces a Nicolás? Sí, lo conozco"; "A ellos nunca los vi bailar"; "¿Has visto mi llavero? Creo que lo vi en el escritorio; "A ella la invitaron a la fiesta".
Lo interesante para nosotros es saber que estos usos existen en otras regiones y que causan tales dudas entre los hablantes que un diccionario como el DPD les dedica casi cinco páginas. Aquí me permito un aparte personal: muchos de mis amigos lingüistas de Madrid me confesaron que padecían de un tejemeneje mental continuo por el "le" y "lo". Sabían cuándo se recomendaba "lo", porque lo habían estudiado, pero lo que luchaba por salir de sus bocas castellanas era "le". Yo, empáticamente, respondía: "Con ese conflicto lingüístico los puertorriqueños no tenemos que bregar, porque nuestro uso es ejemplar".
Sin embargo, hay un caso de leísmo generalizado en todo el mundo hispanohablante, incluido Puerto Rico: el llamado “leísmo de cortesía”. Es el uso de “le(s)” como complemento directo cuando el hablante se dirige a “usted”: “Ayer le vi en el parque”. Este uso se ha explicado por el deseo de distinguir entre "usted": “Ayer le vi”, y "él": "Ayer lo vi". Además, este uso está asociado al prestigio o finura: “Qué gusto conocerle”; “Yo le espero aquí y le llevo al hotel”; “Ha sido un placer verle”. Aunque este uso se considera aceptable, en Puerto Rico, donde distinguimos clara y naturalmente la mayoría de los usos de “le” y “lo”, este leísmo tiene, a veces –en mi opinión– un dejo de finura excesiva.
Después hablaremos del laísmo ("Cuando vi a María, la di su regalo") y del loísmo ("Visité a mis nietos y los llevé una merienda"), otros dos fenómenos fascinantes vinculados al leísmo. Por ahora les dejo descansar, a los de Castilla, y los dejo descansar, a los de aquí.