En la columna pasada comentábamos las conclusiones del libro “Cómo hablan las mujeres”, de Pilar García Mouton (Arco/Libros, 2000). Empezamos repasando algunas estrategias discursivas y pragmáticas que caracterizan el habla de las mujeres.
Antes de proseguir, y en respuesta a algunas reacciones recibidas, aclaro un punto. El ánimo del libro –y el mío– no es crear distancia comunicativa entre hombres y mujeres, ni reivindicar el habla femenina atacando la masculina. Hablamos el mismo idioma y compartimos los mismos rasgos lingüísticos. Pero hay rasgos que divergen según la variable ´sexo´, y aquí estamos mirando los que caracterizan a la mujer. Así que, tranquilos, hombres, y adelante en su lucha “por una nueva masculinidad” (que ustedes tampoco la tienen tan fácil).
Veamos las diferencias lingüísticas entre hombres y mujeres de base natural o fisiológica. Aunque nuestros cerebros son básicamente idénticos, neurológicamente las niñas parecen tener una maduración cerebral más temprana, por lo que empiezan a hablar antes y lo hacen con mayor fluidez.
También hay diferencias en el timbre, el tono y la potencia de la voz, que, sin embargo, se refuerzan con el aprendizaje. Al parecer las mujeres de cada país tienen timbres homogéneos: por ejemplo, las francesas tienen un timbre mucho más alto que las españolas.
Fonéticamente, la mujer se acerca más a la normas de la “buena pronunciación”, busca sonidos suaves y armoniosos, y no omite tantos sonidos como el hombre. Intenta imitar las pronunciaciones más prestigiosas. Otra vez hay que recordar las directrices culturales que ha recibido la mujer a través del tiempo para que hable “bien”.
En lo fonético, las mujeres a veces conservan y otras veces innovan. Ejemplos de conservación: en Bahía Blanca, Argentina, las mujeres conservan más la –s final de sílaba (“las casas”) que los hombres, que la aspiran (“laj casaj”), y en Las Palmas de Gran Canaria, las mujeres conservan más la –d– intervocálica (“cansado”) que los hombres (“cansao”). Ejemplo de innovación: en Buenos Aires, las mujeres de clase media-alta popularizaron la pronunciación sorda de “ll”/“y” (“cabasho”) –que se ha generalizado en la sociedad porteña– frente a la sonora (“cabayo”).
En el campo del léxico, o vocabulario, también hay diferencias. La mujer usa adjetivos noveles y expresivos: “bonito”, “mono”, “ideal”, “divino”, “lindo”. También utiliza los superlativos, para demostrar entusiasmo o apoyo: “monísimo”, “bellísimo”, o intensivos con “súper”, “bien”, o “tan”: “tan lindo”, “bien mono”, “súper chulo”. Los hombres procuran evitarlos.
Se ha dicho además que las mujeres usan más el diminutivo: “despacito”, “suavecito”, “un poquitín”, considerándolo atenuador y cortés, aunque la autora señala que faltan estudios de frecuencia para comprobarlo.
Los estudios revelan también más vocativos cariñosos: “cariño”, “mi vida”; más expresiones de contenido religioso: “Dios mío”, “Santo Dios”; y un mayor uso de exclamaciones en las mujeres que en los hombres: “¡ay!”, “¡no me digas!”.
Hay diferencias lingüísticas que van desapareciendo, según hombres y mujeres comparten más aspectos de la vida. Hay otras que se mantienen y se refuerzan, en parte debido a los medios de comunicación. Y hay otras que no son rasgos verdaderos sino estereotipos mantenidos a través del tiempo. Por eso sigue siendo interesante estudiar las diferencias reales y tratar de explicarlas.
(Publicado en El Nuevo Día el 20 de junio de 2010)