El inolvidable profesor Ángel J. Casares, lingüista, filósofo y fundador del Programa Graduado de Traducción de la U.P.R., habló una vez, en una clase de Semántica, del “tremendismo común del lenguaje”. Se refería a nuestra tendencia a la hipérbole, o exageración, en el habla común, corriente y cotidiana. Al decir “tremendismo”, remitía también al tremendismo literario de la España posguerra, un movimiento caracterizado por la exageración de los aspectos más crudos de la vida real, especialmente los físicos.
¿Cómo es nuestro tremendismo? Coincidirán en que es frecuente decir o escuchar que: “me muero de frío / calor / sueño / pena / miedo / risa / vergüenza / rabia / envidia / amor”, etc. En nuestra habla, morimos constantemente, por todo tipo de cosas, buenas y malas. Sin duda morirse es tremendo, pero decir que uno se “muere de X o Y” es común. De ahí que la descripción de Casares para estas hipérboles o exageraciones cotidianas fuera tan acertada.
Además de hablar de morir, también hablamos de matar: “El contable no me hizo deducciones en la planilla; cuando lo coja, lo mato”. También hay cosas que nos matan: “No saber cuánto tengo que pagar de contribuciones me está matando”.
No se quedan afuera el deseo de morir y el suicidio. Por ejemplo: “Me caí enfrente de todo el mundo en Bellas Artes; chica, me quería morir”, o: “Ay, nena, si eso me pasa a mí, ¡trágame tierra!, me mato / me suicido / me pego un tiro”. Claro, el “cortarse las venas” por alguien es una hipérbole suicida algo más romántica, ¿no?
En un nivel no tan letal, pero sí más grosero, están las hipérboles relativas a funciones fisiológicas. Y aquí me perdonarán alguna palabra soez, pero estamos entre lingüistas. Por ejemplo: uno puede “orinarse del miedo o de la risa”; o, más informalmente, “mearse del miedo o de la risa”. Por supuesto, del miedo, uno también puede “cagarse” o “estar caga’o”. Si algo nos repugna, podemos hablar de “vomitar”: “Ese pavo de tofú estaba tan malo que por poco vomito”. Una alusión más romántica a las funciones fisiológicas es decir que “nos babeamos” o que “se nos salen / caen las babas” por alguien.
Las frases tremendistas expresan otras experiencias vitales, siempre intensas. Si alguien nos desagrada mucho, nos “cae como bomba” o nos “revienta”, y si nos desespera, nos “saca por el techo”. Pasar mucho tiempo con esa persona nos puede “sacar el ‘mostro’” o hacernos “explotar”. Si estamos muy ansiosos por algo, ya sea sexual o de otra naturaleza, “trepamos paredes”. Si la relación no funcionó, decimos que “voló en cantos”. Producir algo con esfuerzo es “parirlo”, y el proceso puede ser una “tortura”. Si tenemos prisa, vamos “volando”. Esperamos en las oficinas “una eternidad”. Y todo esto nos “trae locos” o nos “vuelve locos”, frases que también aplican en el campo romántico, junto con “estar loco” o “perder la cabeza” por alguien.
Aquí pauso, para que no pasemos por alto el punto, que es que los referentes de estas palabras, o sea, las cosas en la realidad a las que remiten estas palabras, son verdaderamente tremendas. Hablamos de morir, matar, vomitar, bombas, torturar, locura para expresar cosas que, afortunadamente, son otras. Asesinar es una acción nefasta y violenta. Y, sin embargo, una chica que recibe una tierna sorpresa de su novio, le puede decir sonriendo: “Te mato...”.
¿Por qué nos es fácil, o nos gusta, exagerar? Claramente el lenguaje figurado, incluido el exagerado, es una manifestación natural de la creatividad del ser humano. La palabra “hipérbole” viene del griego y desde entonces significaba ‘exceso, exageración’; se deriva de “hyperbállō”, que significaba ‘yo lanzo más allá, yo excedo’. Cuando “lanzamos más allá” damos color a nuestros relatos, logramos un efecto dramático y enfatizamos nuestro punto. No sólo tengo frío, sino que me muero de frío, que es el resultado más extremo que podría causar el frío. Y aquí lo dejo, para que no digan que repito lo mismo veinte veces, o incluso un millón.
(Publicado en El Nuevo Día el 16 de abril de 2006)