Hasta ahora hemos dedicado estas columnas a asuntos del léxico, o sea, del vocabulario de un idioma. Ciertamente, hablar de palabras siempre resulta ameno (o eso espero). Pero hoy incursionaremos en la gramática, el estudio de cómo esas palabras y otros elementos de la lengua se relacionan y se combinan. ¡No, no sucumban al terror ancestral a la gramática ni huyan a la próxima página! Denle una oportunidad; prometo que será indoloro y tal vez hasta interesante.
Consideremos tres extractos de la prensa local:
“‘Yo vuelvo y le hago un llamado a los empleados públicos: mientras menos actúe la Asamblea Legislativa, mayor riesgo a las jornadas de trabajo’”.
“‘Nos merecemos ganar el partido del viernes. Ése es el mensaje que voy a llevarle a los muchachos’”.
“El líder independentista le pidió a los Reyes los discos más recientes de Lucecita, El Topo y Andrés Jiménez”.
Pondremos a un lado otras curiosidades de estas citas para enfocarnos en el error gramatical que contienen. ¿Lo detectaron? (Las cursivas son una pista).
Antes de seguir, conviene hacer una aclaración sobre las nociones de “error” y de “corrección”. Cuando hablamos de lengua, hay dos tipos de errores y dos tipos de corrección.
El primer tipo de corrección tiene que ver con las reglas inherentes a la lengua, que permiten que el hablante transmita un mensaje al oyente. Una secuencia como “Ayer perro comí lámparas no” viola las reglas de la lengua e impide la comunicación. Un hablante normal usualmente no hace errores de este tipo.
El segundo tipo de corrección tiene que ver con las reglas (o normas) que establecen las instituciones de autoridad sobre el idioma, para garantizar la unidad lingüística de los 400 millones de hispanohablantes. Estas normas se aprenden en la escuela y en obras de referencia, por lo que se asocian con cierto nivel de educación formal. Estos errores no necesariamente impiden la comunicación, pero pueden dificultarla.
El error de arriba no pertenece al primer tipo, pues no impide la comunicación, pero sí al segundo, pues no sigue la norma recomendada.
¿Cuál es el error?
En todos los casos debería decir les en vez de le. ¿Por qué? Porque les es el pronombre de complemento u objeto indirecto, que en estas oraciones es plural: a los empleados públicos, a los muchachos, a los Reyes. (Complementos indirectos en singular serían: le hago un llamado al empleado público; el mensaje que voy a llevarle al muchacho, le pidió a Santa Claus).
El complemento indirecto, que expresa el destinatario o beneficiario de la acción del verbo, puede aparecer en forma de pronombre solamente: “les hago un llamado”, en forma explícita solamente (aunque no siempre): “hago un llamado a los empleados públicos” o bien en las dos formas simultáneamente: “les hago un llamado a los empleados públicos”.
¿Cuán frecuentemente usamos le por les en Puerto Rico? En la lengua oral, casi siempre; en la escrita, un poco menos. Las razones incluyen: que la s final de sílaba o palabra en nuestro español tiende a debilitarse (o sea: que nos la comemos), que si el complemento indirecto está duplicado, el valor de plural de la s se conserva en la forma explícita (o sea: que esa s resulta algo redundante), y que sencillamente no conocemos el rol de ese pronombre en la oración (y, por lo tanto, no notamos que le falte nada).
La Asociación de Academias de la Lengua Española (22 en total, incluida la de Puerto Rico) reconoce que algunas variedades del español tienden a omitir la s de les, pero recomienda mantenerla. De tales esfuerzos conjuntos depende que los 400 millones nos sigamos entendiendo, así que intentémoslo, especialmente en la lengua escrita, donde confirmamos que realmente compartimos un mismo idioma.
Yo defiendo esta postura, aunque no sin cierta vacilación. Resulta que, cuando regresé a Puerto Rico, en una autopista vi una contundente valla publicitaria (o “billboard”) con un mensaje en letras blancas sobre fondo negro: “Dile a los niños que yo los amo”. Mientras lamentaba que, encima de contaminar nuestro entorno, estos anuncios escribieran incorrectamente le por les, noté quién lo firmaba... Era nada menos que Dios. Entonces supe que esta columna era arriesgada, pero decidí escribirla como quiera. Espero que LES haya gustado.
(Publicado en El Nuevo Día, 21 de agosto de 2005)