¿Qué cosa buscamos cuando nos tenemos que soplar la nariz? ¿O cuando nos duele un músculo y queremos darnos un sobito? ¿O cuando nos vamos a limpiar los oídos (aunque ya no se recomienda)? Efectivamente: kleenex, ben-gay y q-tips.
¿Notan alguna peculiaridad en estas palabras? Sí, son nombres de marcas. O más bien lo eran, porque ya han entrado al léxico como nombres comunes. Se trata de “marcas genéricas”, o sea, marcas comerciales registradas que se han ido haciendo sinónimos del nombre común del producto (si lo tenía), hasta llegar a remplazarlo.
Desde que existen, las marcas comerciales han tenido la posibilidad de convertirse en nombres comunes. Naturalmente, con la revolución industrial, en el siglo XIX, el proceso empieza a hacerse más frecuente, en función de la creación de productos comerciales. Pero es en el siglo XX cuando ocurre la verdadera explosión de productos para toda necesidad (real o creada), y la consiguiente explosión en el fenómeno lingüístico.
Aunque este fenómeno ocurre en todo país con acceso a productos con marca, en Puerto Rico el número de casos es considerable. Hagamos un recorrido a través de las habitaciones de cualquier casa puertorriqueña, a ver cuántas marcas genéricas encontramos.
En el baño, por ejemplo, hay productos sanitarios que ilustran este fenómeno y además el hecho de que a todos, en algún momento de la vida, se nos sale algo sin querer: los niños tienen sus pampers, las mujeres, los kotex y los tampax y los envejecientes, los depend. También encontramos vaselina y curitas, que son palabras que ya han entrado al español general. Muchos decimos listerine por enjuague bucal, tylenol por acetaminofén y alka seltzer por cualquier tableta blanca efervescente que alivie la indigestión. Y antes los hombres se afeitaban con las gem, ¿verdad?
En la cocina, encontramos otros varios casos. Por ejemplo, ¿quién puede vivir sin handy wipes, brillo (pad), clorox y windex, independiente de la marca que sean? En algún cajón probablemente habrá saran (wrap), un paquete de zipploc y algunos tupperware. Y seguro que tenemos un osterizer para hacer batidas y un termo (hispanización de la marca thermos) para el juguito de los niños o el café de los adultos.
Entre los alimentos, hay varios que nombramos con marcas genéricas. Imaginemos que nos preguntan por los ingredientes de los sandwichitos de “mezcla”. Probablemente diríamos spam y cheez whiz (y pimientos morrones, por supuesto), pero no “jamonilla enlatada” y “queso viscoso color anaranjado brillante”. De desayuno comemos corn flakes, aunque sean de una marca más barata; pocos los llamaríamos “hojuelas de maíz”. Cuando hace calor, nos tomamos un icee. Chicle es un caso interesante, porque aunque viene del náhuatl hablado por los aztecas, la palabra se extendió por los Chiclets Adams. Del alemán nos viene la nutella. Y, finalmente, tenemos una marca genérica puertorriqueña que designa las paletas de jugos congelados: payco.
En la oficina o área de trabajo tenemos liquid paper, krazy glue, los rolodex (aunque están perdiendo terreno ante las agendas electrónicas) y ahora las post-it. Para colorear los niños usan crayolas y magic markers. Hace unos años las fotocopias se llamaban xerox. El scotch tape ilustra el hecho de que la variación dialectal ocurre hasta con las marcas, pues fíjense que en España se dice celo, que es una abreviatura de Sellotape, la marca más popular en Europa.
También hay juegos cuyas marcas han pasado al léxico común: hula hoop, frisbee, ping-pong, rollerblades, boogie board y gokart.
¿Qué recomendación podemos hacer sobre el uso de las marcas genéricas? La misma que aplica a los préstamos lingüísticos de otras lenguas, o sea, a los anglicismos y otros extranjerismos: si en español no hay otra manera de designar el objeto que resulte aceptable a nuestra comunidad de habla, disfrutemos diciéndolo. Por ejemplo, en Puerto Rico crayola funciona mejor que “ceras de colores” y frisbee que “plato volador”. Ahora bien, si existe un equivalente aceptable en nuestro español, o lo podemos crear, ¿por qué no optar por él? Podemos llamar “marcador” o “rotulador” al magic marker, “toalla sanitaria” al kotex y “batidora” al osterizer. Sé que quedan muchos casos difíciles entremedio… Ya veremos qué decide sobre ellas el tiempo y la ley del uso.
(Publicado en El Nuevo Día el 4 de septiembre de 2005)