Si alguien les pregunta qué palabras se usan sólo en Puerto Rico, ¿qué dirían?
Como hablantes del español puertorriqueño, tenemos intuiciones sobre qué palabras pueden ser exclusivamente nuestras. Podríamos pensar en palabras que nombran alguna realidad emblemática de Puerto Rico, como coquí, o frases tan frecuentes y multiuso como ay bendito. Probablemente identificaríamos algunas palabras africanas, como bembe y fufú, y algunas taínas, como yautía y dita (vasija hecha de media higüera).
Y tendríamos razón, porque todas esas palabras son puertorriqueñas. Sin embargo, entre los puertorriqueñismos figuran muchas otras palabras. Y algunas están tan integradas en nuestras vidas que tal vez no sospecharíamos que se limitan a Puerto Rico.
Aunque es difícil saber con certeza qué palabras se dicen en un solo país, especialmente en estos tiempos de globalización lingüística en que los medios de comunicación son vistos y oídos en tantos países a la vez, el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) nos da pistas útiles. Este diccionario incorpora las palabras que envían las Academias de la Lengua Española de todos los países hispanohablantes, identificándolas con marcas de cada país.
Lo que encontramos en el DRAE de 2001, con marca única de “P. Rico”, es sorprendente.
Por ejemplo, cuando nos apresuran o nos urgen mucho, decimos que nos ajoran, que estamos ajorados o en un ajoro. Si nos encontramos en un carro y en un tapón –situación probable en cualquier momento en Puerto Rico– tal vez atrechamos o cogemos un atrecho, es decir, cortamos camino por un atajo, aunque usualmente esto resulte en el trayecto más tortuoso posible. Con tanto ajoro y atrecho, de seguro nos agallamos y terminamos agallados, es decir, enojados. Y si ya se nos hizo tarde, murmuramos entre dientes: “me chavé”, en otras palabras, “me fastidié”.
Pues resulta que este estresante relato no sería entendido por hispanohablantes de otros países, porque todas estas palabras –ajorar, atrechar, agallarse y chavar–, y sus derivados, son exclusivas de Puerto Rico, de acuerdo con el DRAE.
Encontramos en este diccionario otras tantas palabras boricuas que sirven para describir tipos de personas. Por ejemplo, al que le gusta comer o vivir a costa ajena, lo llamamos cachetero; el verbo cachetear también es nuestro, aunque la práctica sea universal. Al tacaño le decimos maceta. El que se destaca entre otros en una situación, o pretende hacerlo, es el cheche. Al muy estudioso lo tildamos de estofón, y el muy blanco, pálido o descolorido se llama jincho.
El tonto es un sanano, y un títere es un pilluelo holgazán. A la persona de modos afectados o infantiles le decimos chango o changa. La mujer soltera de cierta edad antes se quedaba jamona, aunque ahora es independiente y seguramente feliz. Los amantes, por su parte, son el chillo y la chilla. Una vez más: todos estos nombres, tan usuales en nuestra conversación informal, tienen marca única de “P. Rico” en el DRAE.
Se incluyen además algunas de nuestras comidas, como la alcapurria, fritura de plátano rallado rellena de carne, la serenata, plato frío de bacalao con viandas, y la mixta, combinación de arroz, habichuelas y carne. Entre los productos del mar encontramos el otro chillo, el pescado, y el juey, también conocido como cangrejo. No puede faltar la china, que otros llaman naranja. Entre nuestras bebidas figura la refrescante piragua, el embriagante mabí y el imprescindible coquito navideño. Y en los dulces, encontramos el quesito (el de panadería o repostería).
Hemos visto sólo 35 de las 246 palabras con marca “P. Rico” que incluye el DRAE, así que aquí hay tela que cortar. Algunas palabras, como las anteriores, son sólo de Puerto Rico, pero la mayoría son compartidas por otros países hispanoamericanos, por ejemplo: revolú (Cuba), fracatán (R. Dominicana) y gabán (Uruguay).
Claro que Puerto Rico tiene muchísimas más palabras propias de las que documenta el DRAE. Pero esto es cierto de cualquier país y de cualquier diccionario, porque no existe diccionario que avance a la velocidad de la creatividad e ingenio de los hablantes. Para cuando se publica un diccionario, ya hay todo un repertorio de palabras nuevas.
Mientras la gente hable, le tocará al lexicógrafo (colector profesional de vocablos y definiciones) escuchar, documentar y anotar sus palabras, infatigablemente.
(Publicado en El Nuevo Día el 7 de agosto de 2005)