Aunque la nueva Ortografía de la Lengua Española se publicó hace un año, los cambios que entraña siguen provocando revuelo, resistencia –e incluso rebeldía– en mucha gente. Dada mi relación con estos temas, algunas personas me increpan: ¡¿Por qué?! ¿Por qué eliminaron la “ch” y la “ll”? ¿Por qué la “w” se llama ahora “uve doble”? ¿Por qué , oh, por qué han quitado los acentos en “solo” y en los demostrativos “ese”, “este” y “aquel”?
Esa última pregunta levanta pasiones. No son pocos los que me informan que lo sienten mucho, pero que continuarán poniendo los acentos, y que “se chave la Real Academia”.
Tengo la impresión de que conocer las normas ortográficas nos ofrece una sensación de control ante la complejidad del idioma. Saber dónde van los acentos, poder explicar los signos de puntuación y no confundir en la escritura las letras que suenan igual (v/b; c/z/s; g/j; h/no h) nos tranquiliza: existe orden sobre el caos.
En ese mundo donde dominamos el idioma, los acentos diacríticos –como los de “solo” y “este” –, generaban un singular placer. Poder adjudicar esa tilde dependía de nuestra habilidad de distinguir el adjetivo (“se sentía solo”) del adverbio (“sólo quiero agua”), o el adjetivo (“me gusta este color”) del pronombre (“quiero éste”). Admito que era un momento mágico, cuando todos nos convertíamos en lingüistas: considerábamos elementos semánticos y sintácticos –cosas del idioma, no del mundo– para tomar la decisión.
Pero ese acento gráfico fue eliminado, y algunas personas están pasando por las etapas del luto (negación, ira, soledad...) en su ruta a la aceptación. Por ello se ha hablado de la relación “afectiva” de algunos hablantes con esas tildes, y se ha advertido que, si su salud está sufriendo, debe continuar poniéndolas.
Las Academias solo quieren uniformar las reglas ortográficas. El acento diacrítico –el que distingue homónimos– se limita ahora a los monosílabos: “de/dé”, “te/té”, “si/sí”, etc. Los demostrativos y “solo” constituían excepciones entre las palabras homónimas polisilábicas. No ponemos ningún acento en “vino” (“Él vino a tomar vino”), ¿verdad? En general el contexto resuelve la ambigüedad, excepto en el famoso “Viajó solo a París” y sus variantes.
“Y cuando ayudes a tus hijos en las tareas de español, ¿qué harás?”, pregunto a los rebeldes. Furibundos, admiten que tendrán que enseñar “solo” y “este” sin acento... Ese será entonces el nuevo orden sobre el caos.
(Publicado en El Nuevo Día el 4 de diciembre de 2011)