En estas últimas semanas, tras el paso de la tormenta/huracán Irene, una de las palabras más mentadas ha sido “bolsillos”. Los famosos “bolsillos” o “bolsillos sin luz” designan –por si algún extranjero está leyendo– esas desafortunadas zonas aisladas que permanecen sin energía eléctrica aunque las áreas circundantes ya la hayan restablecido. Se trata de un fenómeno tanto eléctrico como lingüístico.
No discutiremos los aspectos ingenieriles (o sociales) del problema de los “bolsillos”, pero sí algunas consideraciones lingüísticas.
Primero, “bolsillo” parece ser un calco semántico del inglés “pocket”. Los calcos semánticos ocurren entre palabras de dos lenguas que comparten algunos sentidos; una de ellas entonces copia un sentido adicional que la otra posee. Por ejemplo, “ratón” y “mouse” designaban el roedor; luego “ratón” añadió el sentido de ‘dispositivo para mover el cursor de la computadora’ que había adquirido “mouse”.
Los diccionarios del inglés recogen para “pocket” el sentido de ‘zona o grupo pequeño y usualmente aislado’ (“pockets of unemployment”), mientras que los diccionarios del español no lo incluyen para “bolsillo”. Sin embargo, “bolsa” –de donde se deriva “bolsillo”– puede significar ‘parte de un ejército que queda completamente rodeado por el enemigo’; este es tal vez el germen semántico que facilita el calco del nuevo sentido de “bolsillo”. Los que vivieron (¡o viven!) en bolsillos estarán de acuerdo con eso.
Las Academias usualmente distinguen entre anglicismos necesarios e innecesarios (los que tienen un equivalente válido en español), a la hora de incluirlos en los diccionarios. Ya veremos qué deciden los hablantes puertorriqueños sobre “bolsillo”.
Otro aspecto interesante de los nuevos “bolsillos” es la rapidez con que se extendió la palabra. El que no la conocía antes, la conoce ahora. Esto ilustra las dinámicas relaciones lingüísticas que existen –en todas direcciones– entre gobierno, medios de comunicación y población. En este caso, la Autoridad de Energía Eléctrica lanzó al ruedo los “bolsillos”, los medios le dieron difusión y la población la incorporó. En otros, gobierno y medios recogen las palabras acuñadas popularmente. Y en otros, se establecerá una secuencia circular de influencia lingüística.
“Bolsillo” da pie para otros apuntes sobre el idioma –como la formación de nuevas palabras a partir de diminutivos con “-illo, -illa” (“pasillo”, “plantilla”, “colilla”)–, que abordaré en una columna futura. Pero por ahora, a tres domingos de Irene, espero que no quede ni un lector de Lengua todavía en un bolsillo.
(Publicado en El Nuevo Día el 11 de septiembre de 2011)