Irónicamente, es posible que el uso del diccionario nos haya confundido sobre el significado de las palabras. De tanto mirar definiciones, con sus enumeraciones de acepciones, es posible que hayamos concluido que así se organiza el significado en la lengua: en listas finitas de sentidos bien delimitados. Nada más lejos de la realidad.
El verbo “perder”, por ejemplo, tiene según el DRAE 27 acepciones. El de María Moliner incluye 16. El Gran Diccionario del Uso del Español Actual –uno de mis favoritos– recoge 18.
Curiosamente, hay estudios de psicolingüística que indican que las personas tienden a identificar no más de tres sentidos para cualquier palabra polisémica.
Una primera pregunta sobre los diccionarios puede ser: ¿coinciden las definiciones entre sí? Pues no del todo, como nos indican los números arriba. Y cuando comparamos las definiciones en sí, encontramos que algunas son iguales, otras coinciden parcialmente, algunas se desdoblan y otras desparecen. Hay estudios comparativos sobre los principales diccionarios del inglés que demuestran que no hay dos publicaciones que definan igual.
¿Qué dice esto sobre el significado en los diccionarios? ¿Acaso varía según quien lo escriba? Me temo que sí. Cada diccionario tiene sus criterios, y, según ellos, hace su parcelación semántica.
Por supuesto, el significado real no está en los diccionarios, sino en nuestras cabezas. ¿Cómo accedemos pues al significado real? Dado que todavía no hay un escáner para eso, tenemos que referirnos a la próxima evidencia más cercana: el uso de la lengua.
Hoy hay bases de datos enormes, que nos muestran el uso real que hace la gente del idioma. Ahí encontramos las palabras en sus contextos, y podemos abstraer significados. Pero no es tan fácil. Vean algunas combinaciones de “perder” e identifiquen los sentidos presentes: ¿será lo mismo “perder la cartera” que “perder la vista”, “perder el tiempo” que “perder el tren” o “perder la batalla”?
Algunos lingüistas buscan proponer el número mínimo posible de acepciones, que naturalmente serán muy generales. Otros no escatiman en proponer todos los sentidos que perciban, los cuales serán muy específicos.
No hay ninguna prueba infalible para determinar dónde acaba un sentido y dónde empieza el otro. Incluso hay quién se ha cuestionado la existencia misma de los sentidos, viendo el significado como un gran continuo de donde tomamos lo que necesitamos. Qué dilema, ¿no? Pero mientras haya lingüistas y diccionarios, seguiremos perdiéndonos en él.
(Publicado en El Nuevo Día el 26 de junio de 2011)