La palabra “caño” tiene origen antiguo. Viene del latín “canna”, que evolucionó a la palabra “caña” en español, con el significado de ‘planta que se cría en lugares húmedos y echa muchas varas huecas, derechas desde la raíz, vestidas de hojas muy verdes y largas’. Corominas ubica el nacimiento de la palabra “caño”, con el significado de ‘tubo’, hacia 1250. Ya para 1729, en el Diccionario de Autoridades, “caño” no solo designa el tubo, sino también el agua que corre por él, e incluso un chorro de agua solo. La palabra “caño” sigue ganando acepciones, y en 1822 se registra por primera vez en los diccionarios académicos el sentido de ‘en los puertos del mar, el canal que se forma en las rías’. Hoy la definición lee como sigue: ‘Canal angosto, aunque navegable, de un puerto o bahía’. De ahí nuestro Caño Martín Peña.
La palabra “fideicomiso” posee asimismo una larga historia. Del latín “fideicommissum”, se compone de “fidei”, ‘fe’, y “commitere”, ‘comprometer’, lo cual es igual a ‘comprometer por fe’. La institución del “fideicomiso” emerge de la ley romana, al parecer bajo el emperador Augusto, en el siglo 1 a. C. Su significado en el Derecho no ha cambiado mucho en 2,000 años: ‘Disposición por la cual el testador deja su hacienda o parte de ella encomendada a la buena fe de alguien para que, en caso y tiempo determinados, la transmita a otra persona o la invierta del modo que se le señala’.
Como dice la definición, son tres los participantes en cualquier fideicomiso: “fideicomitente” es el que tiene algo, “fiduciario” es el encargado de velar por ese algo y “fideicomisario” es el beneficiario de ello.
Con ese modelo, surge en Puerto Rico una nueva y novel figura jurídica llamada “Fideicomiso de la Tierra del Caño Martín Peña”. En este caso, el “fideicomitente” es la Corporación del Proyecto ENLACE, que era el titular de los terrenos adyacentes al Caño en virtud de la Ley 489. Este fideicomitente transfirió la titularidad y administración de las tierras al “fiduciario”, que es aquí una “Junta de fiduciarios” compuesta en su mayoría por representantes de las comunidades. Los frutos de esa administración están destinados a favorecer a los “fideicomisarios”, que son los residentes de las siete comunidades que bordean el Caño. Bonito, ¿no?
Usualmente las palabras “caño” y “fideicomiso” no ocurrían en un mismo discurso, por pertenecer a ámbitos distintos, pero en Puerto Rico se vincularon a través de una tercera palabra: “empoderamiento”. Ésta viene del inglés “empowerment”, pero ¿cómo se dice en español: “empoderamiento”, “apoderamiento” o de otra manera?
Llega al rescate el Diccionario Panhispánico de Dudas, publicado en 2005 por la Asociación de Academias de la Lengua Española. Transcribo del artículo: “empoderar(se). Calco del inglés ‘to empower’, que se emplea en textos de sociología política con el sentido de ‘conceder poder (a un colectivo desfavorecido socioeconómicamente) para que, mediante su autogestión, mejore sus condiciones de vida’. [...] El sustantivo correspondiente es ‘empoderamiento’ (del ingl. ‘empowerment’). [...] El verbo ‘empoderar’ ya existía en español como variante desusada de ‘apoderar’. Su resucitación con este nuevo sentido tiene la ventaja, sobre ‘apoderar’, de usarse hoy únicamente con este significado específico”. Vale la pena adoptar extranjerismos cuando traen significados así.
¿Qué nos dicen estas tres palabras sobre la situación que vivimos hoy?
Que voces con trayectorias milenarias pero separadas, como “caño” –palabra de pueblo, asociada con pobreza– y “fideicomiso” –palabra técnica legal, vinculada con riqueza– convergieron en una palabra nueva, de oportunidad y justicia: “empoderamiento”.
¿Que “caño” + “fideicomiso” = “empoderamiento”? No. Me parece más certera la ecuación “caño” + “empoderamiento” = “fideicomiso”. Porque aunque quieran eliminar el Fideicomiso, el Caño se queda, y se queda el poder ganado por las comunidades.
Que ante estas tres palabras, otras –como “demagogia”, “mezquindad” y “marginación”– pierden cada día más terreno en Puerto Rico.