“Cómo hablan las mujeres” es un libro breve pero sustancioso, de Pilar García Mouton, una reconocida y prolífica lingüista española (Arco/Libros, 2000). Con ese título, y con esa autora, fue una compra obligatoria.
El libro cubre diversos aspectos de la ecuación ´Mujer y Lengua´: “La mujer en sociedad”, “Mujeres y género”, “Cómo habla la mujer en el campo. Los dialectólogos”, “La mujer en la ciudad (y fuera de ella). Los sociolinguistas” y “Cómo hablan las mujeres y ´cómo deberían hablar´”. La autora resume los hallazgos de la bibliografia existente, y añade datos propios.
Al discutir las diferencias lingüísticas entre mujeres y hombres, hay que tener en cuenta los contextos sociales que por tanto tiempo han limitado la educación de la mujer y su uso público de la palabra. Históricamente las niñas han tenido más restricciones lingüísticas, y más presión para cumplirlas, que los niños.
Para muestra un botón. Consideremos algunas directrices culturales que aún perduran: las mujeres deben hablar poco; hablar bien (no usar malas palabras); hablar suavemente (no gritar); no dar órdenes, sino pedir o sugerir; no interrumpir; ser corteses; etc.
En este contexto restringido, las mujeres han reaccionado autocorrigiendo su habla: buscan las formas más cercanas a la norma y al prestigio, y se alejan de lo mal considerado. Explica la autora: “para ellas ´hablar bien´, hablar con marcas de prestigio, supone un aval social y una carta de presentación que les confiere un estatus, a veces ficticio, difícil de conseguir por otros medios”.
Con esa motivación, las mujeres han sido a la vez lingüísticamente conservadoras –preservando formas tradicionales– e innovadoras –impulsando nuevas formas que consideran prestigiosas–. Estas selecciones lingüísticas femeninas se manifiestan en todas las facetas de la lengua: pronunciación, entonación, léxico, morfosintaxis, discurso.
Empecemos por lo más amplio, viendo algunos rasgos discursivos y pragmáticos que distinguen el habla femenina de la masculina. Las mujeres usan recursos para hacer la inflexión más musical y agradable: intercalan risas, gestos de asentimiento y palabras de apoyo; hablan sonriendo; usan entonación admirativa.
También usan fórmulas que excusan el conocimiento propio: “No sé si será verdad...”, “Yo de esto no sé mucho...”. Asimismo abundan los fraseos matizados: “Está más o menos pasable”, “Quedó un poco virado”. A veces empiezan oraciones que esperan que el interlocutor termine. Es frecuente además el uso del lenguaje indirecto: “¿te gustaría tomar algo?” o “tal vez podríamos hacerlo así” (frente a: “quiero tomar algo”, “vamos a hacerlo así”).
Estas estrategias podrían responder al hecho histórico de que la mujer no podía permitirse ser muy afirmativa, o descortés, y por ello creó recursos indirectos para llevar sus mensajes sin generar desaprobación.
Estos rasgos han sido catalogados como muestras de inseguridad lingüística, pero son reinterpretados por García Mouton –en parte– como estrategias de cooperación comunicativa, solidaridad conversacional y un ánimo de involucrar al otro. Efectivamente, la mujer resulta una hablante más cortés y cooperativa que el hombre: usa más fórmulas de cortesía (“por favor”, “gracias”), respeta más los turnos de conversación y estadísticamente interrumpe menos que el hombre.
En la próxima columna, discutiremos más diferencias lingüísticas entre mujeres y hombres. Hasta entonces, Mujeres, observemos nuestras estrategias discursivas y preguntémonos de dónde vienen...
(Publicado en El Nuevo Día el 30 de mayo de 2010)