San Juan es capital. ¿Cuántas veces es esto cierto? Dependerá de quién conteste, de su conocimiento o perspicacia lingüística y, además, de sus opiniones, pero será cierto al menos una vez y a lo sumo tres...
¿Adivinan?
Claro, se trata de varios sentidos de la palabra capital.
Primero está el sustantivo de significado innegable: ‘ciudad donde reside el gobierno de una nación’; segundo, un adjetivo, ya más sujeto a la opinión del hablante: ‘principal, de mucha importancia’ y, tercero, otro sustantivo, del ámbito económico y aquí usado metafóricamente: ‘propiedad, fortuna o conjunto de cosas que, combinadas con el trabajo, generan bienes’.
Estas tres acepciones de capital, y todas las demás, nacen naturalmente de su primer significado: ‘Relativo a la cabeza’. Y es que capital viene del latín vulgar hispánico capitia, y éste del latín caput. Ambas palabras significaban ‘cabeza’, pero podían nombrar también la ‘parte extrema o superior’ de algo, por analogía clara con el lugar que ocupa la cabeza en el cuerpo.
Desde temprano, el concepto ‘cabeza’ se extendió metafóricamente para referirse, además, a las nociones de origen, de lo principal y de mando o dirección, pues imaginamos la cabeza como la parte más importante del cuerpo, sitio de nuestra esencia y rectora de las demás partes. De ahí la ciudad capital, la importancia capital y el que ese principal o caudal primero, del que se devengan rentas o bienes, se llame también el capital.
La descendencia de las palabras caput y capitia en nuestro español actual es tremenda, e incluye parientes provenientes de todos los tiempos. Algunas palabras todavía mantienen la -p- intervocálica latina, como capital y capitolio (cuyas columnas rematan, en el de Puerto Rico, en capiteles, que son los adornos que coronan su parte superior). Mientras que otras, más modernas, han sonorizado esa p hasta hacerla b, como la misma cabeza.
Cuando contamos cabezas en estadísticas, sin embargo, lo hacemos per cápita, a menos que se trate de cabezas de ganado. En todo caso, perder esa cabeza, con b, sería ser decapitado, con p, y dolería igual. Podríamos estar, entonces, ante la aplicación de la pena capital, el principal castigo –la muerte–, a algún pobre culpable de un pecado capital, la más seria transgresión religiosa pues da origen a otros pecados.
Entre los nombres para el “cabeza” de un grupo, es decir, aquel que dirige las acciones de otros, figuran: capataz, capitán, caporal, cabecilla e incluso caudillo. En alemán, kapo designó a los prisioneros de campos de concentración que supervisaban a los demás. Y ahora, en algunos países suramericanos, por aparente influencia del italiano, se llama capo al jefe de una mafia.
En Puerto Rico tenemos nuestros cabezudos, los de las Fiestas de San Sebastián y otros más cotidianos. De algún modo, tener exceso de cabeza, o sea, ser cabezudo o cabezón no ha venido a significar muy sesudo, sino al contrario, muy terco, e incluso un poco bruto. Un problema acaso menor sería ser cabeciduro, aunque el epíteto lo dejaría a uno igualmente cabizbajo, con variante sincopada de cabeci-.
Y, ya entrados en temas más relajados, les pregunto: ¿cuál es la mayor gloria de nuestro juego de dominó? Por supuesto: dar capicú o capicúa, o sea, ganar con cualquier extremo de la ficha. A estas alturas ya sabrán que el capi- viene de cabeza, y el -cu o -cúa... eso lo dejo a su imaginación.
Y con esto termino, para que se recuesten en la cabecera de la cama si han empezado a cabecear, por aquello de no causarle a nadie un dolor capital...