Era inevitable escribir una columna inspirada en la gripe porcina, o “la porcina”, como la hemos venido a conocer –con supresión del sustantivo y sustantivación del adjetivo–.
Por más que se intentó imponer el nombre científico del virus (“AH1N1”, realmente imposible de recordar), y quitarles a los cerdos el protagonismo, la referencia porcina prevaleció. Hablemos, entonces, de ese no tan pobre lechón.
Los hispanohablantes manejamos muchos nombres para designar el simpático mamífero artiodáctilo (número par de dedos) y ungulado (con pezuña) que los zoólogos conocen como Sus scrofa domestica. Lo llamamos “puerco”, “marrano”, “cochino”, “cerdo” , “chancho” o “lechón”. Exploremos estos nombres.
El nombre más antiguo es “puerco”, que viene del latín “porcus”, del mismo significado. Como es habitual, la “o” larga latina en posición tónica se diptonga en “ue” en español. El adjetivo “porcino” mantiene la “o” original porque se adopta más tarde, directo del latín, y no sufre cambio fonético. Lo mismo pasa con “porcicultura” o “porcinocultura”. Otros derivados son “porqueriza” y “porquería”, al igual que “pocilga”, que podría venir de “porcilga”. En Puerto Rico llamamos “puerco” a los cerdos vivos (“comida de puercos”, “corral de puercos”), pero no a los cocidos, a diferencia de los cubanos y dominicanos, que sí comen puerco. “Puerca” para referirse a la excavadora o “bulldozer” es creación local, probablemente porque “hoza” como un cerdo.
El nombre “marrano” es históricamente el más cargado. Nace del árabe “máhram”, o ‘cosa prohibida’, para nombrar el cerdo, alimento vedado en el islam. Desde el siglo XIII, “marrano” se usó en España como vituperio sarcástico hacia los judíos y moros convertidos al cristianismo, insinuando la insinceridad de su conversión. Ambos grupos sentían repugnancia hacia el cerdo, que estaba prohibido por sus religiones, por lo que “marrano” resultaba un apelativo particularmente insultante e hiriente.
“Cochino” se registra por primera vez en 1330. Dice Corominas, en su diccionario etimológico, que viene de la interjección “¡coch!”, empleada en algunas lenguas para llamar al cerdo. Nos ha dado los derivados “cochambre” y “cochambroso”.
La designación “cerdo” –la más general y neutral– viene de las “cerdas”, o pelos gruesos, duros y recios, que cubren su cuero. Según Corominas, se empieza a usar “cerdo” en 1729 como creación eufemística, abreviatura de “ganado de cerda”, “con el objeto de reemplazar a ‘puerco’, y a sus sucedáneos ‘marrano’ y ‘cochino’, cuando éstas se hicieron palabras de mal tono”.
“Chancho” es voz usada solo en América. Viene de “sancho”, que Corominas dice que designó el cerdo cuando “puerco” se hizo malsonante. Por su parte, la RAE alega que viene de “¡sanch!”, forma de llamar al sancho, digo, al chancho.
“Lechón” viene de “leche”, porque inicialmente designaba al cochinillo que todavía mamaba, aunque luego pasó a nombrar a cualquier cerdo. Para distinguir el chiquito se dice “cochinito lechal”. El término “lechonera”, para el establecimiento especializado en la preparación y venta de lechón asado y sus derivados, es netamente puertorriqueño.
A través de nuestro recorrido por los diccionarios, hemos comprobado que todas estas palabras —y la noción misma de ‘cerdo’— tienen también valoraciones negativas. Concebimos el cerdo como un animal sucio y tosco, con un físico ridículo, y lo citamos para referirnos a la persona desaseada, o grosera, sin cortesía ni crianza. Los derivados hablan por sí solos: “puercada”, “cochinada”, “lechonear”, “cerdear”. Sin embargo, nuestra relación con él en el ámbito de la gastronomía es otro cantar… Ahí el cerdo es rey y nosotros sus súbditos: lo devoramos completo.
Esa relación contradictoria con el cerdo queda retratada en el Diccionario de Autoridades, que ya en 1737 comenta del puerco: “Es el más sucio e indócil de los animales, pero su carne es mui útil y sabrosa”.
No hay duda: el cerdo tiene un rol importante tanto en nuestra lengua como en nuestra cultura. ¡Celebrémoslo!
(Y ahora… a buscar el “sanitizer”).