El viaje de la ñapa

Hace unos meses, en “Lexicon Valley” −el delicioso podcast sobre el idioma de la revista electrónica Slate−, conversaban Mike Vuolo y Bob Garfield, los anfitriones del programa, con el lexicógrafo Ben Zimmer, un invitado regular. Este último presentaba la historia de la palabra lagniappe, que en inglés significa ‘regalo de bono, usualmente de parte de un vendedor a un cliente’. 

Por su morfología, supuse que la palabra tendría origen francés, así que cuál no sería mi sorpresa cuando Zimmer identificó su comienzo en los Andes peruanos, con un desarrollo importante en Puerto Rico y Cuba y un final feliz en Nueva Orleans. Zimmer basa su narrativa en parte en un artículo publicado por Joseph E. Gillet en American Speech en 1935. Mientras más escuchaba, más me embelesaba la historia y más me convencía: “¡Tengo que retransmitir este relato a la audiencia puertorriqueña (con una ñapita mía, por supuesto)!”. 

La historia de lagniappe comienza con la conquista española del Perú. Los incas, hablantes de quechua, tenían el verbo yapay con el sentido de ‘añadir’, y el sustantivo yapa para ‘algo añadido’. La palabra yapa empieza a usarse en las explotaciones mineras españolas, para referirse a una pequeña cantidad de mercurio que se añadía durante la fundición a los minerales que tenían plata para facilitar su separación. De ahí pasa a boca de los mercaderes en los pueblos, que la emplean para nombrar ese alguito que añadían gratuitamente a lo comprado por el cliente. 

Según la palabra y la práctica de la yapa se extienden por el continente suramericano, va surgiendo la variante fonética ñapa. Según Gillet, citado por Zimmer, ñapa llega a la costa este de Panamá y de ahí pasa al este de Cuba y a Puerto Rico. Nos acercamos al punto culminante de esta historia para Zimmer: de 1762 a 1802 Luisiana pasa de ser posesión francesa a ser parte de la Nueva España, lo que genera un gran tránsito de las colonias españolas caribeñas hacia el nuevo territorio. Son justamente los criollos puertorriqueños y cubanos quienes la llevan la ñapa del Caribe a Nueva Orleans. 

Los francoparlantes de Nueva Orleans entran en contacto con la ñapa y adoptan con entusiasmo la palabra y la práctica. En una reinterpretación morfológica, afijan permanentemente el artículo y adaptan la pronunciación: de la ñapa crean lagniappe. La lagniappe se hace tan popular a finales del siglo 19 que se convierte en un emblema de la cultura de Nueva Orleans. No había comprador que no recibiera −o exigiera− su lagniappe, ni mercader que no la diera. Tan querida era la lagniappe que Mark Twain, en su Life in the Mississipi (1883), la llamó “a word worth traveling to New Orleans to get” (citado por Zimmer). 

Visualicemos la lagniappe y la ñapa con esta descripción proveniente de la República Dominicana: “En las pulperías, en los ventorrillos, puede decirse que la ñapa era obligatoria. El comprador, casi siempre muchacho o muchacha, pedía su ñapa o su ñapita y el vendedor se la daba según la cuantía de la compra: una barquilla, un guineo, algún dulce. La ñapa, para el que compraba lerenes o pan de frutas u otras producciones del campo, eran algunos granos más. Nadie negaba la ñapa”.1 

Consideremos, por otro lado, el valor social de la lagniappe y de la ñapa con esta reflexión de Grace King para la revista The Chautauquan en 1891 (citada por Zimmer): “Is it not good for us to be under obligations one to another, to give lagniappes and receive them? [...] Have we not each of us a little lagniappe of our own to give away, some little part of our own individual commodity? Can we not with benefit to our hearts and to our language adopt in the one the custom, and in the other the word, and so amend both?”. 

A pesar de los encantos de la lagniappe, en 1910 se aprueba en Nueva Orleans un edicto que prohíbe la práctica. La crítica fue inmediata y apasionada: “It’s monstrous to think there will be no more lagniappe given in New Orleans. The Crescent City without lagniappe will be the Carnival without the king. (Campbell Macleod, en la revista Sunset, 1910, citado por Zimmer). A pesar de enardecidas protestas tanto de clientes como de comerciantes, la práctica fue desapareciendo, y con ella la palabra. Hoy lagniappe sobrevive en inglés con un uso restringido principalmente al regalo extra que lubrica las interacciones sociales, para bien o para no tan bien. 

En Hispanoamérica, sin embargo, la ñapa y la yapa sobreviven. Según el Diccionario de Americanismos (2010), usan ñapa al menos 11 países, y yapa, 10. En Puerto Rico la recoge primero Augusto Malaret, en 1937, quien la define como ‘adehala, propina, dádiva de poca importancia que hace el vendedor al comprador’. La ilustra con una cita de Fernández Juncos (Tipos y caracteres, 1882): “Figúrome que sobresueldo debe de ser una especie de ñapa o de propina agregada al sueldo”, que da a entender que es palabra de uso generalizado a finales del siglo 19. Felizmente, 80 años después de la definición de Malaret, en Puerto Rico sigue viva y coleando la ñapa, esa cosita extra, a veces solicitada –¡otra! canción en un concierto–, a veces inesperada –un cordialito en el restaurante–, pero usualmente bienvenida, que no falla en sacarnos una sonrisa agradecida.

  1. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. *Rodríguez Demorizi, Emilio, Apuntes diversos [Informes y artículos sobre lengua y folklore de Santo Domingo (1883 - 1954)], 1975. 


(Publicado en la revista DILO, enero-junio 2015).

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