Palabras de 2017 (Las palabras de María)

Varios diccionarios han anunciado sus palabras de 2017, con las que buscan recoger el espíritu del año recién concluido.

Merriam-Webster eligió “feminism” (‘la teoría de la igualdad  entre los sexos’), mientras que el Oxford escogió “youthquake” (‘un cambio significativo que emerge de las acciones de los jóvenes’). La Fundación del español urgente (Fundéu.es) identificó, extrañamente, “aporafobia”, el ‘miedo o aversión a los pobres’. 

En Puerto Rico, necesitamos hacer nuestra propia lista de palabras de 2017. Realmente me refiero a las palabras que empezamos a usar en septiembre…y que continuamos usando todavía. Porque al igual que el 19 y 20 de septiembre se fundieron en un doble día interminable, el 2017 y el 2018 también parecen haber borrado sus límites y se amalgaman en un periodo continuo. 

El lenguaje sirve para nombrar la realidad circundante, y cuando esa realidad cambia, también cambian las palabras. A veces creamos nuevas palabras, a veces las importamos de otras lenguas, y otras veces, las rescatamos y desempolvamos del mismo idioma. 

Para hablar de la nueva cotidianidad que se fue instaurando en las semanas después del huracán, algunas palabras se repitieron incesantemente: gasolina, diésel, hielo, y la fila para conseguirlos. Transitábamos sorteando montañas de escombros y material vegetativo, negociando los semáforos sin luz o agradeciendo a los policías, y muy pendientes a la caída del sol, para regresar antes del toque de queda (y lamentando la ley seca). 

El agua, preciado líquido, era lo fundamental. Se recomendaba tomar de botella, filtrada o hervida para evitar la leptospirosis. Para bañarse, el que no tenía agua corriente o cisterna, tenía que hacerlo a cubito, o regresar al río. Y para lavar ropa, resurgió la tablita y, claro está, el tendedero

Nos acostábamos temprano y dormíamos sudando, bañados en repelente, con el zumbido del mosquito en la oreja. Pero los que consiguieron mosquitero o abaniquito de batería (además de las baterías) reposaban felices.  

En el ámbito las comunicaciones electrónicas, había que buscar señal –en los puentes o los expresos–, pero para eso necesitabas carga, así que andabas siempre con uno o varios multiplugs, por si acaso aparecía la oportunidad de enchufarse. Afortunados aquellos (mayormente del Centro de Operaciones de Emergencia o COE) que tenían teléfono satelital

La electricidad, o simplemente la luz, fue y sigue siendo el tema principal dentro del monotema de la vida poshuracán. Los generadores eléctricos, o plantas, se multiplicaron por la Isla, causando alivio y martirio por partidas iguales. A veces el vecino te tiraba una línea o extensión. Si no, necesitabas un inverter

Todos los ojos miraban a la Autoridad, y aprendimos que la generación no era lo mismo que el número de abonados. Necesitábamos miles de postes y otros materiales. Nuestro vocabulario técnico creció: centrales generatrices, líneas de transmisión y de distribución, megavatios. ¡Y el deplorable Whitefish…! Todavía quedan los enormes bolsillos, donde la mitad de la población permanece a oscuras, además de los bolsillitos, que miran anhelantes la luz en la casa de enfrente. ¿Cuándo los energizarán?

Resonaron las frases también. Salvar vidas era la consigna inicial. Luego, los afortunados, suspirábamos, sin más: Estamos vivos. Carmen Yulín señaló la precariedad de muchos: We are dying! El optimismo se manifestó temprano con una expresión: ¡Fuerza! y un eslogan: Puerto Rico se levanta.  

Nos apoyó mucha gente, especialmente la diáspora, que sufrió tanto como nosotros y se desbordó en ayuda. FEMA y el Cuerpo de Ingenieros llegaron, los toldos tardaron. Todos destacaron nuestra resiliencia y solidaridad.

Puerto Rico estaba experimentando sacudidas profundas antes del huracán: la Junta, el Plan Fiscal, la crisis en la UPR, pero estos discursos –pendientes de análisis– eran más divergentes que convergentes. El huracán, sin embargo, fue la sacudida que compartimos –en carne propia– todos los puertorriqueños. Por eso, si tuviéramos que escoger una sola palabra que resumiera la experiencia del año 2017, sería un nombre propio: María

(Publicado en El Nuevo Día, 3 de enero de 2018). 

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