Sobre “tramparencia”
Tomo como punto de partida (¿o trampolín?) la columna titulada “Tramparencia”, del admiradísimo Luis Rafael Sánchez, publicada en su sección Desnudo frontal, el sábado, 4 de mayo, para hablar de palabras y diccionarios.
Reflexiona nuestro distinguido escritor sobre la irónica cercanía fonética entre dos palabras: la desgastada “transparencia” y la novel “tramparencia”, de su propio cuño. Nos regala el autor esta palabra para nombrar la parte opaca de la “transparencia”.
Su exploración recuerda un artículo del peruano Jorge Eduardo Benavides, en que relata una conversación con un taxista. El escritor denunciaba la corrupción de Fujimori. El taxista admitió, a regañadientes, que sí, Fujimori había robado: "Pero robó lo justo". Es la laxa moralidad a la que nos habitúa la “tramparencia”.
Pero ¡íbamos a hablar de palabras y diccionarios!
Dice Sánchez: “el diccionario del idioma español no tiene por qué enterarse de la vida breve de los giros regionales, pronto a reemplazarse por otros de fugacidad semejante”. Da como ejemplos de fraseología cotidiana local: “está cabrón”, “mándalo a las pailas del carajo”, “si te apendejas, te jodes por partida doble”, “pelar pa’bajo”.
Es cierto que el diccionario, tradicionalmente, no ha podido incluir lo efímero. Hablo del diccionario impreso, en torno a las 1,000 páginas, que salía cada 10 años, con suerte. Un diccionario pesado y lento, inevitablemente circunscrito por el espacio y el tiempo, y por la capacidad de investigación de las épocas. De ahí que hubiera que comprobar que la palabra estaba bien enraizada en el habla, antes de incluirla, no fuera a quedar “pasé” antes de la próxima edición.
La limitación tiempo-espacio ha sido superada por la tecnología: el diccionario electrónico ya no tiene “páginas”; es, en potencia, infinito. Y se actualiza regularmente. La investigación se hace en enormes corpus lingüísticos que reflejan el uso en “tiempo real”. Entre las últimas adiciones al Diccionario de la lengua española (DLE), por ejemplo, están: “selfi”, “meme”, “viral”, “baipasear” y “retroalimentación”.
Sobre lo regional, los diccionarios “generales” han incluido más o menos palabras hispanoamericanas, con consistente arbitrariedad. En el DLE, la marca de “P. Rico” sale 670 veces, con unos 171 usos exclusivos nuestros. Ejemplos vigentes son: “ajorar”, “chavería”, “chillo” (no el pez), “chongo”, “confligir”, “dar pon”, “embeleco”, “frisa”, “jincho”, “limpiarle a alguien el pico”, “pantalla”, “pollina”, “pestillo”, “sínsoras”, “títere” (no el muñeco), “vellón” y “zafacón”. También se incluyen muchas palabras en desuso, y las que no incluye son innumerables.
Afortunadamente, cada país tiene su propia lexicografía. En Puerto Rico contamos con Tesoro.pr, un tesoro lexicográfico en continuo crecimiento, con más 23,000 palabras provenientes de 61 fuentes, de 1788 a 2010. De las usadas por Sánchez, están incluidas “chévere”, “chuchin”, “cocoroco”, “traqueteo”, “por la maceta”.
“Cabrón” se incluye con múltiples sentidos excepto el más común (urge añadirlo), aunque el matiz queda consignado en “cabronería”. “Brutal”, como ‘estupendo’, también falta, así como “pelar pa’bajo”. No está “mandar a alguien a las pailas del carajo”, pero sí “a las ventas del carajo” (de hecho, “carajo” sale en ocho frases distintas). No aparece la sentencia “Si te apendejas, te jodes por partida doble”, pero sí “pendejo” y “joderse”.
Volviendo a la “tramparencia”, otras voces puertorriqueñas del campo de la corruptela recogidas por Tesoro.pr son: “guiso”, “joseo”, “mangoneo”, “ñafiteo”, “por debajo de la mesa”, “por la izquierda”, “racket” y “tumbe”.
Dice Sánchez que “el habla […] asombra por su riesgo creador vertiginoso”. También la tecnología es vertiginosa y asombra. En Puerto Rico aspiramos a tener diccionarios que le sigan el paso de cerca al habla, de manera que si la “tramparencia” triunfa entre los hablantes (con él y yo, ya somos dos), la incluyamos enseguida.
(No publicada, 11 de mayo de 2019).