Quiero aportar a que l@s puertorriqueñ@s transformemos la relación que tenemos con nuestros idiomas. Es hora de movernos de una experiencia de desposesión e inseguridad, articulada en frases como “no hablamos ni español ni inglés”, a una experiencia de pertenencia y creatividad, desde la cual digamos con seguridad: “nuestro español e inglés son una maravilla expresiva” –o, si queremos, “nuestros idiomas son supercool”. Es hora de reconocer que ambas lenguas presentan un potencial enorme para nuestro desarrollo individual y colectivo.
Una relación de validación y valoración de nuestros idiomas –tal cual son hoy– será el campo más fértil para el cultivo lingüístico individual y la elaboración de políticas publicas lingüísticas sensatas y provechosas para el país. Una actitud individual y colectiva de validación y valoración de nuestros idiomas –tal cual son hoy– abre las puertas a muchas posibilidades: nuevas maneras de enseñar español e inglés en las escuelas, más apoyo a la gestiones culturales idiomáticas, un discurso mediático más consciente y profundo, y, también, una visión del desarrollo potencial de industrias del idioma en el país (desde escuelas de español para extranjeros hasta la creación de nuevas tecnologías del idioma).
Para cambiar nuestra relación con los idiomas, hay que cambiar la manera en que hablamos sobre ellos. Creo que el acercarnos al idioma desde una perspectiva descriptiva amplia –fuera de juicios valorativos (“eso está bien o mal”)– desata una curiosidad lingüística que una vez despierta no se puede apagar. Esa perspectiva amplia incluye un entendimiento de lo que es la variación lingüística –casi infinita– y de los diferentes participantes sociales que inciden en los destinos de la lengua en sociedad. Esa visión nos permite comprender críticamente –pero sin prejuicio– los procesos lingüísticos y asumir plenamente nuestra libertad lingüística creadora.
Desde esa perspectiva, a la hora de enseñar español, incentivamos desde temprano la creatividad expresiva de los estudiantes, sin coartarla. A la vez, abordamos la variación lingüística como el rasgo más natural de la lengua, haciendo claro que la expresión cambia a través del tiempo, los países, las regiones, las comunidades, y en el individuo mismo. Por otro lado, miramos el rol de instituciones como las Academias –en el caso del español–, o de los medios de comunicación, en el establecimiento de una “norma recomendada”, y consideramos las recomendaciones dentro de la perspectiva amplia del idioma en sociedad.
Es mi creencia que cuando miramos con amplitud el dinamismo de la lengua, y nos ubicamos como participantes válidos en ese dinamismo, nace un sentido de pertenencia: el español no es de la clase de español, ni del diccionario, el español es de cada uno de nosotros. Y en ese sentido de pertenencia radica el ánimo de cultivar la expresión, no para cumplir con un estándar, sino para construir algo propio: al construir nuestro mensaje, construimos nuestro idioma y construimos nuestra sociedad. Y nos construimos nosotr@s mism@s.
De esta nueva relación solo puede salir un discurso cada vez más libre, más rico, más responsable socialmente, y más felizmente empoderante, para nuestro país.