¿Qué tienen en común las palabras jovial, afrodisiaco, erótico, venéreo y marcial? Sí, todas son adjetivos. Y, sí, podrían abreviar un cuento con final no feliz: la cosa empezó jovial, se tornó afrodisiaca, pasó a erótica, tuvo consecuencias venéreas (¡ups!) y terminó en ánimo marcial. Pero estas palabras comparten algo más: todas se derivan de nombres de deidades griegas y romanas. Aunque las religiones monoteístas han dominado los últimos 5,000 años, los dioses y diosas que vinieron antes siguen vivos en nuestro idioma.
Y así la lengua se revela como tejido que nos conecta a través del tiempo y el espacio. Veamos los ejemplos: jovial viene de Jove, otro nombre latino para Júpiter, el dios romano equivalente al griego Zeus, quien presidía el Olimpo. Según Corominas, los astrólogos atribuían un influjo benéfico a los que nacían bajo Júpiter –el más grande de los planetas–, manifestado en una tendencia a la jovialidad. Nuestro jueves también porta la estampa de ese dios, pues viene del latín Jovis die, día de Júpiter.
Lo afrodiasiaco es legado de Afrodita, diosa del amor y la belleza en la mitología griega, cuyos orígenes, sin embargo, son más antiguos: se la vincula a las grandes diosas madres del Mediterráneo oriental. En el mundo romano, Afrodita se convierte en Venus, y en su honor se llama el más brillante de los planetas. De su nombre se deriva venéreo, que significa ‘relativo al deleite sexual’, aunque su uso más común apunta a las enfermedades que pueden venir después. Esta gran diosa nos deja también el verbo venerar. Y además, claro, el viernes, de Veneris die, el día de Venus, momento de la semana en que muchos celebran el culto a la belleza y amor (en su viernes social).
Erótico viene de Eros, ese dios griego que en el mundo romano se convirtió en Cupido. Se dice que es el hijo de Afrodita/Venus y que formaba lazos de amor –muchas veces ilícitos e inconvenientes– con sus flechazos, tanto en dioses como humanos. Inicialmente se representa como un hermoso adolescente, pero con el tiempo se convierte en el travieso infante mofletudo que revoletea, a veces vendado, con su arco y flecha, especialmente los 14 de febrero. Además de las palabras derivadas de su nombre (erotismo, erótico, etc.), este dios nos deja los sentidos figurados de flechar (‘enamorar repentinamente’) y flechazo (‘enamoramiento repentino’).
Finalmente, llegamos a marcial, que significa ‘relativo a la guerra’. Este adjetivo viene del dios romano Marte, contraparte del griego Ares. Ares era hijo de Zeus y supuesto padre de Eros, resultado de su romance con Afrodita. (Ya ven como queda todo en familia). Ares era el dios de la guerra, y algo despreciado como un desmesurado y sangriento homicida. Pero Marte era respetado en Roma: marzo lleva su nombre por ser el mes en que se retomaban las actividades guerreras, después del receso invernal. Martes, ya lo imaginarán, es el Martis die. Y el planeta Marte debe su nombre a él, por su color rojizo, que recuerda la sangre.
Aparte de estos dioses principales, hay muchos otros personajes de la mitología grecorromana que perviven en palabras del español: armonía, atlas, eco, flora, fortuna, furia, gigante, harpía, hermafrodita, héroe, hipnosis, musa, música, narciso, sátiro, sirena, tifón, titán, entre otros. La mitología grecorromana, infundida de otras mitologías previas y concurrentes, incide a su vez en las grandes religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam). Aunque la legión de dioses y diosas se reduce entonces a uno solo, su influencia es irreprimible en la lengua. Posteriormente, en América, esa herencia se encontrará con las tradiciones autóctonas indígenas y las transplantadas africanas, en un huracanado sincretismo.