Recientemente, durante un intercambio de correos electrónicos sobre el tema de la redacción académica, un amigo me escribió: “No sé, habeses nos concentramos en datos, cifras, en citar bien, en proyectar nuestros pensamientos adecuadamente, y consciente o inconscientemente nos desviamos del propósito trazado originalmente”.
Esta semana asistimos a un fascinante proceso lingüístico que desembocó en la creación de un nuevo vocablo: “toallazo”. Morfológicamente, sigue una derivación normal en español: se une a “toalla” el sufijo “-azo”. Pero semánticamente, el “toallazo” ofrece una cornucopia de posibles análisis.
El año 2011 introdujo nuevas palabras al lexicón puertorriqueño y reforzó otras que ya teníamos. A continuación una muestra de las palabras que sobresalieron en el 2011:
ajuste por combustible. frase. Enigmático algoritmo matemático descifrable solo por los iniciados en las cábalas de la AEE. (Su misterio radica en que por más que uno cambio o apague bombillas, el pago por ajuste sigue igual o aumenta).
delfinario. sust. Reciente propuesta para tener delfines cautivos en un balneario público, de parte de un alcalde cuya tarjeta de Navidad despliega un leopardo matando a un antílope bajo el mensaje “Que esta Navidad ilumine tu sueño”. (Esto tiene muy preocupados a los delfines y a sus amigos).
Aunque la nueva Ortografía de la Lengua Española se publicó hace un año, los cambios que entraña siguen provocando revuelo, resistencia –e incluso rebeldía– en mucha gente. Dada mi relación con estos temas, algunas personas me increpan: ¡¿Por qué?! ¿Por qué eliminaron la “ch” y la “ll”? ¿Por qué la “w” se llama ahora “uve doble”? ¿Por qué , oh, por qué han quitado los acentos en “solo” y en los demostrativos “ese”, “este” y “aquel”?
Esa última pregunta levanta pasiones. No son pocos los que me informan que lo sienten mucho, pero que continuarán poniendo los acentos, y que “se chave la Real Academia”.
Así describió alguien la situación económica de la Isla en la radio noticiosa recientemente. ¿Detectan algo particular? Sí, además del pesimismo tremendista, la redundancia: “paupérrimo” es el superlativo de “pobre”. La frase es equivalente a “pobrísima pobreza”. Claro está, el que “paupérrimo” mantenga una forma antigua, cercana al latín “pauperrimus”, puede haber ocultado la relación con “pobre” ante los ojos (o, mejor, oídos) de este hablante.